sábado, 29 de septiembre de 2007

En el bar de las penas olvidadas...

En el bar de las penas olvidas, solían contarse historias de amor, algunas supuestamente vividas y otras insospechablemente ficticias. No obstante, todas tenían un mismo objetivo: hacer sentir al cliente en un clima cálido para que bebiera hasta la madrugada. A pesar del fin asquerosamente lucrativo, no se puede negar la efectividad de aquel bar. De allí, ni siquiera el dueño salía sabiendo su nombre. La mayoría de la gente concurría por el mismo motivo: olvidar (cosa imposible). En aquel sucucho de la calle Corrientes, se podía encontrar todo estereotipo de persona: amantes descarados, escritores, cantantes, ricachones superficiales y despistados. Pero eso no era lo importante; la esencia estaba en las historias que a veces narraba algún borracho, o a falta de coherencias un narrador pago llamado Agustín, que lloraba y que en más de una ocasión había amenazado con cortarse las venas, si al despertarse con la luz del sol, no encontraba a su lado la mujer de su vida

La noche memorable fue en abril. Según el rumor cuenta, se narró en Buenos Aires la más austera historia de amor. No faltaron los detalles, y hasta el más orgulloso soltó una lágrima. Es redundante decir que ninguna historia de amor es similar a otra; pero todas conservan la dosis exacta de cinismo y pasión, y al menos un comienzo:

“Hay un lugar en el mar del que pocos tienen noción, es una isla pequeña con un magnifico faro. Algunos sostienen que le faltan un par de ladrillos, que nunca estará completo y otros concluyen en que es perfecto, pero no se atreven a navegar tantas horas en la oscuridad para contemplar su distante luz….

Dicen las leyendas que su luz alumbra solamente a las botellas viajeras de notarios que ahogaron sus penas, que cuando un barco pasa, solo quedan las sombras de la noche y los resquemores de la luna.

Nadie puede decir la ubicación exacta, y solo un par de locos pudieron llegar a describirlo: de día está cubierto por las olas, de noche su lumbre escuálida protege a los notarios desamparados. Los locos siempre dicen la verdad, los borrachos y los niños, pero no conforme con esa descripción una noche ajada fui en busca de ese faro encantado.

Salí de mi casa, caminando llegué a la costa, escribí una nota de despedida a aquellos que no quisieron que me vaya: Noche de Diciembre, luna llena y el cielo está bañado de estrellas, siendo las tres de la mañana salgo en busca del faro encantado. No pedí por humildad que me recuerden, libré de culpa a mis marchantes y en una barca de madera navegué durante tres noches. Tiempo atrás hubiera dicho que la angustia se parece a la noche, dura lo que dura la ausencia de luz y la oscuridad no es más que una llama apagada en el corazón. Pero como buen marinero no pude rendirme, quien se resigna a un sueño compra una duda en el mercado, y yo que sabía más de dudas que de océanos, no pudiera darme por muerto en el desierto del olvido. Navegué tres noches y algunos años en busca de ese sitio, y por donde mirara, el horizonte y el destino, formaban parte de la misma línea, tan lejana como nueva.

Llegué a pensar que en ese faro vivía mi princesa, me espantaba la idea de encontrarme con dragones y el deber de rescatarla, sin embargo no podía volver. Mi viaje, mi pasado, eran, en cierta forma, la excusa del presente. Mi faro, mi luz: un día lejano en el porvenir.

Una tarde, perdido entre las nubes lo vi. Me lancé al mar, sin mayor escudo que la esperanza, podía sentir el cansancio, el hambre y la sed quemándome. Hoy con seguridad alcanzo a decir que fue la tarde mas larga de mi vida. Pude sentir en la agonía la tristeza del alivio.

Acostado en la estrecha playa de la isla, los años de guerra confundieron la paz con una tregua y las horas de sueño empezaron a caer una a una.

Me descubrí al día siguiente, en los brazos de la mujer amada. La princesa que una vez había imaginado en aquel faro casi encantado estaba a un beso de distancia. Y yo que no creía en las palabras de los locos, de los borrachos y los niños, supe por un segundo que mi viaje había tenido algún sentido, no el de navegar por vicio, ni el de dejarle al azar mas suerte que a mi voluntad, sino el de encontrar en lo perdido la mujer de mis sueños.

Seguramente, me convenzo, el faro fue un espejismo…”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que zarpadoo!!

está muy bueno manuelito...!!

la forma en la que está narrado, está tremenda!

sin más flores

ahora seguro empiece taller... con la gente con la que está haciendo Gild

para arrancar a hacer algo desde la inactividad que tengo :D

che.. metete aca

es el de enriqueta

http://particulamolecula.blogspot.com

saludo

abrazo

beso